martes, 26 de octubre de 2010

La camisa blanca

(Publicado originalmente en el blog de George Gautier
Tierradentro)


Hoy me puse la camisa blanca de ir a trabajar y por unos segundos, mi memoria sádica me llevó al mismo momento en que me ponía una camisa similar para ir a la escuela. Por un momento pasé un susto terrible de haber vuelto atrás de pronto, es mas, de que nada de mi vida actual hubiera sucedido. Temí despertar de pronto en un escabroso y sacudido año 88 yendo al tecnológico en la guagua 22, colgado de la puerta, sin nada en el estómago.
En esos segundos me volvió a sacudir la inseguridad, la falta de esperanzas, la falta de amor, la ceguera inmadura de cualquier estudiante que solo quiere que pase el día para volver a ir a la playa, único sitio donde realmente me sentía en casa, en tierra.

Quizás si hubiera tenido más de una centésima de segundo para pensar, me hubiera alegrado. Poder hacer todo de nuevo, ganar tiempo, aconsejarme a mi mismo por las experiencias que debería conocer vendrían en el futuro. Gozar de la salud de esa época, empezar de nuevo, empezar de nuevo.
Pero que miedo me dio, volver a pasar por lo mismo. No se si es que los recuerdos malos son los que perduran o las cosas lindas que a uno le pasan se van sedimentando con tanta basura que le echamos al cerebro día por día para buscarnos el pan. Pero solo veo alguna posibilidad de que pase algo bueno en el futuro, no en el pasado que ya se fue. Aunque realmente me siento como si hubiera vivido varias vidas y estoy bastante cansado. He pasado por muchas cosas, cosas que les doy las vueltas para contarlas y que parezcan graciosas, pero no quiero volver, tanto es así que terminé de abrocharme la camisa y me alegré un poco de estar en el año correcto y en la situación esperada.

Por si acaso, me dejo unos consejos y este papel impreso de letras de un pc que ni siquiera tenía pensado tener en aquella época.

-Estudia. Las carreras de carros en la ochovías te darán dinero que gastarás junto a tu tiempo en la semana sin ningún saldo positivo para tu vida.
-Estudia. Estar todo el día detrás de las “jevitas” te dará el mismo resultado que el consejo anterior, con respecto al tiempo.
- Nunca discutas de política con tus padres. Ellos no te van a entender y les vas a hacer pasar muy mal rato, tanto es así que tu padre se irá, estando tu muy lejos y no vas a poder verle.
-Dile algún día a tu familia que la quieres madre, padre, hermanos.
-No dejes pasar a esa persona genial por el solo hecho de no encajar en tus gustos físicos.
-Dile a Nelda,Jenny,Idania,Nirita,Yelene,Katia etc etc que son lo mas lindo que te ha podido suceder, hayas logrado estar con ellas o no.
-No te avergüences de que te guste la poesía, no te avergüences de que te gusten las pequeñas cosas.
-No te vayas a surfear en la penetración del mar
-No bucees en barcos hundidos.
-Cumple tu jodido servicio militar como todo el mundo, no te alces en las lomas.
- Se un poco cuidadoso con el medio ambiente.
-No corras en los carros.
-Estudia.



También debo decirme cosas que he hecho bien para darme esperanza, no todo puede ser tan terrible.
-Nunca le has fallado a un amigo, es más, haces por ellos lo que no haces por ti.
-Nunca has dejado de ser honesto contigo y por ende con el mundo que te rodea, te ha dado miles de problemas, pero duermes tranquilo.
-Has aprendido un montón de cosas para ganarte la vida a medida que van cambiando las condiciones del mundo que te rodea, nunca has sido inútil y no has necesitado casi ayuda de nadie, más bien eres “el que ayuda”
Menos mal que estamos en el 2010, volver atrás en el parchis sería duro, aun sabiendo que lo que me espera en el futuro es candela, prefiero ir palante, es donde único existen esperanzas.

martes, 19 de octubre de 2010

Somos más que 33



Nací en el 66, llamado en Cuba "Año de la Solidaridad". Ese año, en enero, se celebró la Primera Conferencia Tricontinental en La Habana. Llegaron delegados de África, Asia y América Latina, todos convocados por el milagro de la Revolución. Pero yo no podía saberlo: nacería un mes más tarde.

Mucho después me entretendría con las imágenes de aviones que sobrevolaban mi casa rompiendo la barrera del sonido y dejaban a su paso aquella línea fugaz. Mi abuela, después de sus espléndidas bondades y comidas deliciosas, me arropaba durante la noche en el portal de la casa para ver los tanques y las milicias pasar. Mi abuelo, cuando lo conocí, siempre andaba metido en sus estudios; pero en las noches compartía conmigo su radio y oíamos la pelota nacional, apretándome el pie por los Vegueros o por Pinar del Río. Era muy pequeño y poco a poco iba armando el puzle en el que vivía. Una vida elemental en la que los padres trabajaban, y de vez en cuando me llevaban a aquel mundo de pizarras y tizas con que dibujar, o si no, los abuelos cuidaban por mí.

Entre muchas cosas difusas, recuerdo la presencia de Fidel en Chile, en 1971 (que iría por una semana y se extendería por más de un mes). Recuerdo algunas imágenes en la televisión en blanco y negro de entonces. Hoy entiendo que eran días difíciles para todos en Cuba. También entiendo que la reducción, por siempre, de la cuota de arroz se debía a los fatídicos terremotos de los años 70 en Chile y Perú, similar a otras reducciones que después llegaron, por las mismas u otras circunstancias. En aquel momento nos lo explicaban y entendíamos.
Del terremoto solo supe que elegí, junto a mi madre, los juguetes que enviaría a los niños peruanos. Nada más sabía. Era muy pequeño en ese momento para entender que el arroz que llegaba a la mesa apenas alcanzaba para el mes. Y después, fui creciendo, y fui dejando de entender muchas cosas. Demasiadas. Hoy recuerdo la alegría de mi madre cuando se ganó en el trabajo un radio portátil ruso (Órbita) para que mi abuelo y yo disfrutáramos de la pelota sin hacer mucho ruido en la casa.

Mucho más tarde, entre imágenes difusas, conocí a los Beatles y a los demás locos que revolvieron el futuro del mundo. Conocí lo que había pasado antes y lo que otros trataban de impedir con sus luchas anti Viet Nam y anti Apartheid. Oí y conocí sobre Martin Luther King y Ángela Davis, sobre Gagarin y Valentina Tereshkova.

Hoy comienzo a concatenar ideas y a darle sentido a las memorias guardadas y dispersas acerca de ese archivo disperso. Cuando busco y organizo, recuerdo la presión constante que ejercía sobre la vena del brazo de mi padre (jugaba con ella, la tocaba con extrañeza). Era y es una sensación perenne de extensión, fuerza y a la vez del ir y venir. Jamás se me olvida el cariño que le daba a la oreja aterciopelada de mi padre, intentándome dormir, o los saltos que hacía encima de la cama al sonido de los Fórmula Quinta y otros, durante el programa "Nocturno", que oíamos todas las noches. Tampoco puedo olvidar el olor y calor del regazo de mi madre ante tanta falta de aire. Las noches para ella siempre han sido infinitas, pendiente de mi ahogo, y las mías, muy agradecidas por toda la vida que me dio por conocer.

Quiero, además, acompañar mis recuerdos disparatados con el día que mi padre me enseñó, en la entrada del Instituto donde trabajaba, una exposición de pedazos de aviones traídos de Playa Girón y esa cierta aprehensión con que disfruté de aquellos artefactos deshechos. También me viene a la cabeza el miedo a la invasión y a los aviones enemigos. Mi padre solía decirme que, en caso de guerra, debíamos correr al refugio más cercano y allí nos salvaríamos de las bombas. Diez millones de cubanos bajo tierra, como en una mina gigante.

Es cierto que los recuerdos en mi memoria comienzan a estar ya muy viejos, pero hoy, que intento rescatarlos, lo disfruto como un niño otra vez.

En esa búsqueda, fluyen ideas y sueños entremezclados. Rescato de mi memoria el día que me caí y rodé por las escaleras de la azotea mientras mi madre hablaba con la vecina de al lado. Oía sin cesar la palabra “Chile”, y veía la angustia en sus caras. Estaban tan ensimismadas que se olvidaron de mí. Recuerdo ante mis ojos el aparato de RX y el desespero de mi madre querida ante la posible culpa de mi pie partido.

Después, y eso sí sé que lo vi por televisión, mientras le apretaba la vena del brazo de mi papá, en la Dirección del Instituto, las imágenes de guerra ante el edificio donde estaba el presidente Salvador Allende.

Mucho después entendí por qué Pablo dijo y deseó volver a cantarle a las grandes Alamedas de Chile cuando fueran Liberadas. Ahí conocí, y hoy más que nunca, a Víctor Jara. Promesa cumplida. Silvio llegaría también y muchas de sus canciones me traspasarían el alma, y más hoy, cuando ya no quiero ni oírlo porque no sé a quién o por qué canta.

Hoy, con orgullo, veo por televisión, junto con los desesperos y los por qué de mi hijo ante las pequeñas gotas que salen por los lados de mis ojos (pero sin los apretones que daba yo en su momento, porque mis venas son capilares), el rescate de las treinta y tres personas de la mina chilena.

Saco cuenta e intento restar días, ante tantos muertos por la represión y las Dictaduras Militares. Mi cuenta empieza en preescolar, el resultado es inaudito. No sé sumar y mucho menos restar. Mi cuenta jamás tendrá un resultado.

Lo más cercano a ese resultado ha sido: "Estamos bien en el refugio los 33".
Y fueron salvados.

¡Viva Chile! Por Siempre.

Pero recuerden que somos más que 33.

Marcelo, tu Chile hoy es el Mundo.

¿Quién nos salvará a nosotros?

Manuel Suquet

Fragmentos de la entrevista "No me hagas preguntas capciosas”: Conspirando con Ena Lucía Portela.



SAYLÍN ÁLVAREZ OQUENDO: Has mencionado tu «leyenda negra de niñita desobediente, indisciplinada, anarcosindicalista y con cierta abominable tendencia a la crueldad verbal» durante tus estudios en la Universidad de La Habana. ¿Cuántos caminos te cerró o te abrió esta leyenda? ¿Le debe algo la Ena Lucía Portela de hoy a sus años universitarios?

ENA LUCÍA PORTELA: Oh, sí. Vaya si le debe. ¿Te acuerdas de que por aquellos tiempos remotos algunos profesores que daban clases en tu grupo, que eran unos chamaquitos nobles y pacíficos, se ponían a veces a despotricar del mío, [a decir] que éramos los bandidos de Río Frío? ¿Y cómo nos llamaban? ¿Te acuerdas...?

SAO: «El grupo de Ena», ¿no? Como si estuvieran hablando de una pandillita, una cuadrilla, una secta, vaya, los alza’os...

ELP: Exacto. «El grupo de Ena», como si yo fuera la cabecilla. Pero no. ¡Vil calumnia! Verdad que yo durante ese lustro (1992 – 1997) en nuestra alegre Facultad de Artes y Letras hice básicamente lo que me dio la gana, y que me encantaba sostener opiniones heterodoxas y ser la «abogada del diablo», entre otras fechorías. Pero jamás le dije a nadie lo que tenía que hacer. Los chiquitos de mi grupo simplemente consideraron, algunos más y otros menos, que después de todo quizá no fuera tan mala idea que cada cual se comportara siguiendo su libre albedrío, lo que trajo como resultado ciertos problemitas de «gobernabilidad». Y al final de la jornada, como era de esperarse, vino el pase de cuentas.
Aquel motín, presuntamente liderado por mí, no me abrió ningún camino, ¿qué te crees? Al contrario, me los cerró todos. O casi. A mí me hubiera gustado quedarme en la Facultad como profesora de griego, o de literatura griega, o algo por el estilo. Ya había sustituido en un par de ocasiones a una de las profesoras de Letras Clásicas cuando ella asistía a congresos en el extranjero y me cuadraba una pila dar clases, hacer que aquellos tarecos polvorientos de 25 siglos atrás resultaran amenos y divertidos. Pero me plancharon con el argumento, échate esto, de que yo carecía de «humildad», lo cual significa en buen romance que no aceptaba ucases de nadie. Y mi point, a saber: que yo era la mejor graduada de mi promoción y que era inteligentísima, brillante, un cerebrito de primera, como ya te podrás imaginar, je je, sólo reforzaba el argumento de ellos: que no tenía «humildad».

También salió a relucir, claro, el asunto de la política. Yo no era propiamente anarquista, por muy bien que me cayeran Alexander Berkman y Emma Goldman –la verdadera, no la de Doctorow –, por más que me hubiese deslumbrado Orwell con su estremecedor Homenaje a Cataluña. Pero igual no era comunista, ¡vade retro!, y me vanagloriaba de no serlo, y me la pasaba burlándome del gobierno y haciendo chistes «contrarrevolucionarios». Para más folclor, viajé a los USA como escritora antes de discutir la tesis, me tiré lindas fotos a la entrada de la Casa Blanca y junto a la Campana de la Libertad en Filadelfia, y le traje de regalo una bandera americana a una chiquita de mi grupo que era anexionista. Afoqué demasiado. Entre eso, la carencia de «humildad» y el mal de Parkinson que me habían diagnosticado en agosto de 1993 (y que nunca me ha impedido ser moi même en todo mi esplendor), me cerraron las puertas no sólo de nuestra Facultad, sino también las de la Casa de las Américas, las del Instituto de Literatura y Lingüística, las de la Fundación Alejo Carpentier y de no sé cuántas instituciones más.

Finalmente la doctora Graziella Pogolotti, quien prefiere la autenticidad, sea cual sea, al oportunismo, o al menos es la imagen que tengo de ella, me ofreció trabajo como editora en la redacción de narrativa de Ediciones Unión, la editorial de la UNEAC, donde permanezco hasta hoy con chapilla de inventario. Es una pinchita de lo más easy, técnica, sin poder de decisión sobre nada, que me deja muchísimo tiempo para leer, pensar y escribir. Ahí nunca he tenido rollos y me llevo divinamente con todos, aunque tal vez eso se deba un poco al hecho de que trabajo aquí, en mi cueva, y apenas frecuento la oficina. Bien mirado, es el rincón idóneo para mí, que, contra lo que pudiera parecer, no soy guarosa.

En la Facultad de Artes y Letras de la UH, resumiendo, hay ciertos especímenes con horizontes muy limitados que se creen que su mundillo es El MUNDO y que al impedirte hacer una carrera académica te destruyen. Eso creyeron que estaban haciendo conmigo en el verano de 1997. Y ya tú ves, Say, en un final resultó que me hicieron tremendo favor. Por eso los voy a llevar suave en mi autobiografía, ja. Quizá ni los mencione.
ELP: Bueno, las purgas y castigos por motivos ideológicos realmente nunca se han eliminado ni del ámbito académico ni de ningún otro ámbito en Cuba. Así que no se trata de un nuevo proceso, sino de más de lo mismo. Aunque entiendo por qué me preguntas eso.

Lo que pasa es que nosotros, quiero decir, tú, yo y nuestras respectivas tribus, vivimos una época de excepcional apertura en el ambiente universitario. No sólo porque nuestra Facultad siempre fue algo más laxa en esas cuestiones que el resto de la Colina, el «hueco negro» adonde iban a carenar los bateados por razones políticas de Derecho, de Filosofía o de Matemática, sino también porque ellos, los especímenes de mente estrecha de que te hablaba antes (y que, complaciendo peticiones, habré de mencionar en mi autobiografía, je je), quedaron muy aturdidos y traumatizados con el derrumbe del bolo soviético en 1991, y con la perra crisis que sobrevino a posteriori. Había, como quien dice, desconcierto en las filas del enemigo. Sólo por eso llegué con vida a la graduación pese a mi mala conducta. En los 80s algo así hubiera sido impensable. ¡De la patada en el culo no me hubiese librado ni Dios! Y más tarde, con el ascenso al poder de Hugo Chávez, tan dadivoso con el petróleo del pueblo venezolano, volvió la cerrazón.

SAO: (...) Como el teniente Leví, personaje de en Cien botellas..., ¿también mascullas un «no aguanto más esta mierda» antes de lanzar la frase «El año próximo en Jerusalén» y en el fondo no acabas de irte, y en el fondo quizás es muy tarde?

ELP: Sí, claro, a veces me entran esos arrechuchos de que me largo y no regreso. Aunque, a diferencia del detective Ariel Leví, a esa hora ya me da lo mismo Jerusalén que Reykjavík, Gaborone, Kuala Lumpur o el quinto infierno. Cualquier desgraciada city que no sea ésta.
Figúrate tú, muchacha, entre el calor infame, lo caro que está todo, el arroz que no hay, los ciclones, el techo que se filtra y no se puede reparar porque es de viga y losa, los exterminadores de mosquitos – que son una puñetera plaga y joden más que los propios mosquitos –, las tormentas eléctricas, las escandaleras de los vecinos, los medicamentos «en baja», los cambios súbitos de voltaje que te revientan la computadora, la escasez de agua que tal parece como si viviéramos en el Sahara, el reguetón a todo volumen, lo violenta que se ha puesto la calle, las mil dificultades para acceder a Internet, la burocracia laberíntica, la esquizofrenia generalizada y arriba, pa’ ponerle la tapa al pomo, el Comandante Inmortal saliendo del sarcófago en camisita de cuadros para echarnos miedo con la guerra nuclear o qué sé yo cuál delirio, ¿cómo no van a darme ganas de vender el cajetín?

Pero no puedo ni quiero dejar a mi madre sola acá, en medio de toda esta locura. Ella me aconseja que huya mientras pueda – o sea, mientras el mal de Parkinson no me deje clavada en un sillón de ruedas –, pero se trata de una anciana que se pasó la vida trabajando y que ahora habita en el mundo del dolor, sobreviviendo a base de calmantes, y no tenemos en la isla a ningún otro familiar que nos tire un cabo, así que me quedo y ya está.

Y sí, como bien dices, es decir, como rumia el desventurado teniente Leví oteando La Habana desde su atalaya en el piso 20, quizás en el fondo ya sea muy tarde. No sé. En realidad nunca pienso en eso. ¿Para qué? Si con angustiarme resolviera algo...

SAO: Recientemente tu firma del documento «Orlando Zapata Tamayo: Yo acuso al gobierno cubano» armó bastante revuelo en los medios internacionales. ¿Qué opinas de toda esa atención de la prensa extranjera por un lado y del habitual mutismo de la prensa cubana por otro?

ELP: Mira, la libertad de expresión yo me la cogí por mi cuenta hace bastante rato. Porque ese derecho, mi cielo, si tú esperas a que te lo den... ¡Juas juas!, espéralo sentada en un taburete. Así que en mi mensaje de adhesión a la campaña «OZT: Yo acuso...» en esencia no dije nada que no hubiese dicho, escrito y publicado antes, lo cual se puede verificar en Internet. Al firmar, pues, yo sólo estaba siendo coherente. Verdad que eso de la coherencia no se usa mucho entre los intelectuales del patio, pero no creo que el asunto haya sido noticia fuera de la ínsula por tal razón, sino porque en el mensajito de marras hice explícita mi discrepancia con la declaración de apoyo al régimen que días antes había emitido el Secretariado de la UNEAC a nombre de toda su membresía.

La UNEAC, según sus propios estatutos, es una organización «no gubernamental». Suena muy democrático, ¿no? Ah, pues entonces el Secretariado carece de potestad para emitir declaraciones políticas a nombre de todos sus miembros sin consulta previa, como si fuera el Partido Comunista. Puede pergeñar sus panfletos aplaudiendo los desmanes de la dictadura contra los opositores pacíficos y luego recolectar firmas que los avalen, como hizo en 2003, cuando la Primavera Negra. Entonces hubo quienes se prestaron para bailar en aquella comparsa, y también hubo, como yo, quienes no se prestaron. Pero en 2010 el nuevo Secretariado decidió agilizar el trámite, creyendo tal vez que nadie osaría discrepar en público. Y ahí yo decidí que nanay, que EN MI NOMBRE NO. ¿De cuándo acá esa frescura? En general no me entusiasma que se trate de usurpar mi voz. Y esto fue noticia, como te decía, porque muchas personas fuera de Cuba creen, al parecer, que la UNEAC tiene alguna relevancia en la sociedad cubana actual y que el solo hecho de ser miembro implica obligatoriamente algún tipo de compromiso con el régimen, lo cual, desde mi punto de vista, es una apreciación errónea. Un mito, vamos. Fíjate que el manifiesto «OZT: Yo acuso...» tuvo otros firmantes afiliados a la UNEAC, artistas de la plástica y escritores, v.g. Tania Bruguera y Ángel Santiesteban, quienes también estaban siendo coherentes. Y hubo músicos que no firmaron, pero que hicieron declaraciones independientes de un contenido bastante ajeno al oficialismo. Que la mayoría de los «uneacos» permaneciera en silencio no significa nada. La mayoría de nuestro pueblo permanece en silencio. Por ahora.

Sin embargo, pienso que toda esa atención por parte de la prensa extranjera fue positiva a los efectos de la campaña «OZT: Yo acuso...». Porque uno, miembro o no de la UNEAC, al firmar desde aquí se arriesga a que le rallen un par de cocotazos –peligro que por estos lares viene en convoy con la libertad de expresión –, de manera que debe estar muy convencido de que lo que hace está bien, y esa convicción puede, quizá, atraer a más firmantes. Entre la avalancha de comentarios, en conjunto muy admirativos, recuerdo que me hizo mucha gracia uno que decía algo así como: «No tengas miedo, Ena, que somos más que ellos y les vamos a ganar...» ¡Ja! ¿No está simpático?

Aunque sí te confieso, acá inter nos, que me resultó un poco incómodo que me elogiaran tanto por mi gran valentía (¡a mí, que les tengo pavor a las cucarachas!) sólo por firmar un manifiesto, mientras Guillermo Fariñas estaba jugándose la vida en una huelga de hambre y las Damas de Blanco eran brutalmente acosadas en la calle. Eso por no hablar de la madre de Orlando Zapata, Reina Luisa Tamayo, quien sigue ahora mismo bajo el fuego, allá en Banes, acorralada por una jauría de degenerados a las órdenes del régimen que le impiden visitar la tumba de su hijo. Y ella no desiste, no desiste, no desiste... Viendo ésas y otras cosas, ¿cómo coño iba yo a no firmar apenas recibí el mensaje de Enrisco?

Sobre la prensa cubiche... Oye, Say, ¿de qué tú hablas? Aquí no hay eso.

La entrevista completa “No me hagas preguntas capciosas”: Conspirando con Ena Lucía Portela, puede leerse aquí