jueves, 18 de noviembre de 2010

Ser negrito, ser chusma, ser blanquito equivocado, ser yuma…
(manifiesto personal contra el racismo)


Micaela se fue pa´ otra tierra buscando caminos,
que por buenos o malos
quien sabe le impuso el destino.
Solo vive llorando, sufriendo y pensando en su vino,
que no es vino, señor; ni aguardiente, señor;
es la conga, señor santiaguera...
Nada la contenta solamente piensa
y solo la atormenta el dolor,
dicen que se muere, dicen que ella quiere,
lo que ella no tiene,
que es arrollar Chago
sola con los Hoyos.

Micaela se fue
y sólo vive llorando,
dice que la conga es lo que está extrañando.
(Añoranza por la Conga. Sur Caribe)



I
Nací en un solar de la calle Factoría entre Corrales y Apodaca, La Habana Vieja. Quienes vivían a mis alrededores me enseñaron rápido que eran “la fiana”, “la niña de los ojos azules” y “la bolsa negra”. Eran los finales de los 70 y una vecina ponía a los Van Van mientras otra le respondía con Roberto Carlos. El vecino que vendía manteca de panadero, la santera con sus plátanos indios y el ciego Dámaso que nos vendía maní; estaban ahí siempre, con un mirar tenso y un eterno rictus de lo que se llamaba “la guapería” La negrá le decíamos los blanquitos de mierda. La chusma nos decían a todos.



Tenía miedo casi siempre. Me encerré y los libros me ayudaron a poner una leve capa de abstracción. Crecí lejos de los toques de santo y los bém bé. Pero oía a los Irakeres y me gustaba “el Bacalao con Pau” aunque sabía que eso era como mentar a un negro que hacía cruzar los dedos a las mamás de los que éramos los blanquitos: Pello el Afrokán. Them & Us otra vez. Eran los tiempos de “la rutina” de la gente que estaba becada y en la Isla de la Juventud estaban las mulatas grandísimas que se desrizaban el pelo cantando aquello de “Ave maría popuyé, cua cua cua” que aun sigo sin comprender.


Bacalao con Pau

Fui perdiendo el miedo. Los negritos eran ahora mis amigos y me ayudaron a montar chivichanas. Entre todos nos ibamos al Capitolio a patinar y coreabamos a los Boney M y aquello de “cunkin cunkin kin kin kin, cucu cunkin, ¡¡¡la candela!!!” Tata Güines era algo con lo que insultar a los negritos. Nosotros éramos los pepillos como los Bee Gees. Todo era risas y violencia.



Al final, un día, montamos las cosas en un camión y cruzamos el túnel de la Bahía de la Habana para salir al otro paisaje. Un aroma de casuarinas y gritos en ruso llenaban ahora el aire a mí alrededor. No volví a Factoría hasta casi 7 años después. Ya era un blanquito, ya no era la chusma. Muchos de ellos se fueron también, pero eran ahora los Yumas.



En el solar, los viejos que se quedaron, seguían poniendo a toda voz a Tejedor y un “tra la la lara la lara la lara… y te acordarás de aquella flor que yo sembré para ti” Una tristeza llenaba el hueco temible de la decadente cisterna que servía de patio del solar; una cisterna que llamaban “de la coubre” que luego me contaron en la escuela, muy enardecida la niña que declamaba, cuanta sangre negra y blanca se había llevado mezclada el terrible día que se hundieron el barco y la cisterna…



II
Mis primeros años de blanquito fueron bañándome en aguaceros con los otros hijos de maestros, ingenieros; todos éramos “gente de bien”, pero había un llamado de la selva allá en el matorral. La hierba de Guinea llenaba los grandes espacios que luego vería llenarse de edificios y edificios. A cada rato veía en la escuela a los mismos chamas de mis correrías en la calle Monte. Los años pasaron muy rápido. Empecé a pensar, ver y entender. Los negritos hicieron conmigo los exámenes de la Lenin.

Pero luego poco a poco los padres de algunos los hicieron desaparecer del parque -que sustituyó al pasillo- para cruzar el mismo mar que aquellos Yumas. Ahora eran los gusanos, la escoria, los lumpens y los desafectos. Se sucedían los mítines de repudio que la gente les daba en el CDR. Los aviones blackbird sobrevolaban la isla; los blanquitos y negritos nos reíamos de la mancha en el cocoriocó del bolo ese de la Perestroika.

Y en medio de todo eso, empezó a surgir eso que éramos ahora “los reparteros”. Ni pepillos ni guapos, reparteros. ¡Vaya la gente del Bahía!. ¿Que volá con la gente del Chivas?

Una tal NG la Banda tocaba en Alamar, y allí iban mis aseres y los moninas. La 215 pasaba llena de gente en rufa. La volá estaba mala...

Me metí en la Lenin y ahí vino otro túnel.

En la calle los Van Van seguían “apagando el instrumento”


III
Bueno, en realidad seguía sin comulgar. Dan Den le robó protagonismo a mis bailes de blanquito pepillo y en la Lenin todo el mundo bailaba con Chucha y se preguntaban de albergue a albergue que cosa quería la Chica Varó. Era la época del reparterismo.




IV
1993. El mar lo cruzaron los emigrantes, los balseros, los exiliados y la tropa innombrable y fantasmal de los que nos fuimos con más ganas que sentido real de lo que nos esperaba. La charanga todavía gritaba a voz en cuello que los guajacones, ¡pa’ la orilla! Las aguamalas estaban por todas partes.



V
Llegue a Barajas en un avión que despegó a 30 º C y aterrizaba a 5 º C. Apreté mi maletín un poco nervioso mientras el funcionario miraba mi cara y el pasaporte. Ya no era blanquito, ni negrito, ni repartero, ni pepillo, ni guapo. Con el cuño en la página 29 estaba sellándose mi destino: inmigrante. Mi traje comprado en La Epoca no engañaba a nadie.

Al final me fui a vivir al Levante. Por las noches, en los primeros días, me iba al puerto a bailar en La Guaracha y El Capitán Haddock. Una noche de diciembre estrenaron una pantalla gigante en el Haddock. Ahí estaba Mayito cantando la Tim-Pop y poco a poco, de entre la gente fuimos saliendo los cubanos. Al final todos juntos: negritos, blanquitos, reparteros, guapos, pepillos, tembas, sandungueras, jineteros, licenciadas y patones agitando las manos sobre nuestras cabezas malas y “lo malo y lo negativo… pallá!”



VI
Una reunión de informáticos en una orgía de copia y pega de archivos. Copia esta película, grábame este muñequito… Abel, Agustín y yo a las 4 a.m. oyendo a Sur Caribe con “la conga”, se nos apretaba algo adentro oyendo como Micaela; como nosotros, se fue pa’ otra tierra buscando caminos…



Que yo no quiero molote, ni quiero relajo, luego de la conga vayan pa´l trabajo...
¡Aché pa’ los cubanos todos!

domingo, 7 de noviembre de 2010

Desgarramiento

Esta carta la acaba de enviar mi sobrina Lismay a su mamá y su hijita acá en Cuba. Como introducción les cuento que ella cumplió misión médica en Venezuela y se enamoró y se casó en aquel país y decidió no regresar porque ya venía en camino su segunda hija. En Cuba había dejado a la mayor con apenas 8 años y desde hace más de 5añoran un abrazo. Quiero que conozcan su historia.


Hola Mamita, mi niña querida, mi Papi, mi hermano, tía Melvis y toda mi familia. Tal y como les había anunciado hoy 5 de noviembre en la mañana fui a la embajada cubana en Venezuela con el propósito de ver al embajador u otro funcionario allí y reclamar nuevamente –por tercera vez- la habilitación de mi pasaporte para viajar a Cuba después de casi 5 años de “castigo”, víspera de los 15 años de Lianny en enero, a los que quería asistir

Les diré que no me dejaron entrar a la embajada cubana, hicimos todo lo que pudimos (por suerte una amiga me acompañó) ese que dicen es territorio cubano en Venezuela no se puede entrar ni son bienvenidos todos los cubanos, primero el guardia nos atendió por una puertita que no se le veía ni la cara y nos dijo que sin cita no nos dejaba entrar, ya la habíamos solicitado antes y nos dijeron que no, pero insistimos. Iba entrando un funcionario que no quiso decir su nombre (de esas cosas espantosas de mala educación, “hablar sin saber con quién”) y nos preguntó ¿qué pasaba?, le explicamos todo, allí en la calle y nos dijo que nada de lo que hiciéramos podía resolver mi entrada a Cuba, que el embajador no tenía autoridad para permitir que yo viajara a MI PAIS y me pregunto ¿Quién tiene la autoridad? ¿Quién cambiará lo que tiene que ser cambiado?

El señor al principio no nos atendió bien, de hecho ni su nombre dio como les cuento, y tampoco nos permitió pasar aunque íbamos con una niña tan chiquita como Emmy que no tiene 3 años, yo muy serena le dije todos mis argumentos, y nada, la humanidad de los cubanos está en su pueblo, no en sus gobernantes, esa en definitiva fue la conclusión que saqué este día luego del trato recibido.

Cruzamos la calle e intentamos entrar también al Consulado cubano y tampoco nos permitieron la entrada, allí fue peor, ni siquiera una explicación nos dejaron dar, las únicas palabras de aquel hombre con mal carácter fue decirnos que “hoy estaba molesto porque había mucha gente”, que nos dirigiéramos al consulado cubano en Valencia y con la misma nos dio la espalda.

Nunca creí que nadie de mi propia nacionalidad me tratara de esa forma, siempre he defendido mucho a los cubanos, pero estas personas que conocí hoy son realmente malos, bien malos y no parecen educados en el sistema socialista de igualdad y respeto, sino en el más cruel capitalismo.

Mi problema ahora tiene dos soluciones desde mi punto de vista, primero que el país cambie por completo su política, o que mi familia pueda salir algún día y nos veamos fuera de mi Tierra natal, esa es también mi Isla y me duele, pero los dirigentes cubanos creen que es solo de ellos, porque no creo que hayan contado con el pueblo para aplicar una política tan drástica, anticuada, inhumana e incomprensible como esta que se le aplica a los médicos y personal de la salud, tanto para entrar del país si se quedan o para salir en caso que lo deseen, estudiar o trabajar en este sector es como estar condenado.

Espero que mis padres que durante toda su vida han sido militantes del Partido y revolucionarios cabales planteen esta situación allá donde puedan y alguien los oiga, aunque a esta altura he perdido las esperanzas, pero por alguien tiene que comenzar esta protesta.

Quiero que todos entiendan a mi tío Jorgito, que muchas veces lo critican por sus expresiones, que amigos y familiares lo ven “gusano” por su forma de pensar, pero se olvidan que las propias circunstancias que ha vivido lo han vuelto una persona rencorosa con el gobierno cubano, que no siempre actúa con sus ciudadanos de la mejor forma. Yo lo comprendo, pero solo Dios sabe, y los que estamos en situaciones similares qué dolor sentimos por la impotencia que estos “Señores”, nos hacen sentir como si fuéramos cucarachas, sin derechos ni razones para saber nada, ni siquiera ser oídos, sin derecho a reclamar o un abogado, solo porque tomamos una decisión en nuestras vidas por circunstancias determinadas nos excluyen y nos preguntamos ¿Cuándo ésta manera de pensar cambiará?

Yo amo a toda mi familia, por eso quise hacer todo esto y venir desde mi casa tan lejos con la niña pequeña a Caracas, sospechaba la respuesta, pero fui con la fe más grande que un ser humano pudiera sentir. Lo siento tanto por mi hijita, le pido el más grande de los perdones por dejarla atrás, creyendo que podría tenerla pronto conmigo, hace ya más de cinco años no la veo y he perdido los años más importantes de su vida, pero igual pienso que si hubiera tomado la decisión de volver a Cuba en aquel momento ahora estaría pidiendo perdón a mi pequeña por dejarla también sin padre, y separada yo del hombre que quiero.

Hija de mi vida, creo que si tú no vienes a mi lado muero. Pasará tiempo para que nos podamos abrazar nuevamente hasta que seas mayor de edad y te permitan visitarme, es lo más triste que te he podido decir, sentir, creer, pero es la verdad, solo sé que te adoro y amo y nada cambiará eso. Con el favor de Dios en enero tendrás a tu hermanita cerca para que celebres tus 15 años y conozcas al fin a Emmy, verás que te conoce como si hubieran crecido juntas porque no hago más que hablarle de ti.

Este es un resumen de todo el día, el Infierno que me hicieron pasar, en lo que llaman Embajada cubana, todavía no puedo entender que ni siquiera la Secretaria me haya atendido y darme una cita seria y una razón convincente.

A mi familia les aseguro con toda sinceridad que fuera de Cuba se nos trata mejor que en nuestro propio país, que otras personas nos comprenden mejor que nuestros dirigentes, ya no tengo dudas de la falta de humanidad del embajador cubano de quien tenía mejores referencias por mi tía, porque estoy segura que debieron informarle por diferentes vías mi solicitud. Y no opino ni me meto en nada de política, solo estoy razonando y buscando las vías para ver a mi hija, mis padres y mi familia toda.

Recuerdo a mi abuela Melitina y a toda la familia que sufrió junto al pueblo cubano hasta que devolvieron al niño Elián a su padre cuando quería retenerlo en Estados Unidos, porque lo vimos como una causa justa, sin embargo ahora todos los que deciden esta política se olvidan de los Reclamos de madres y padres que fuera de Cuba quieren ver a sus hijos y tener libertad de viajar (entrar o salir) y vivir en un país u otro como hace la gente normalmente en el mundo moderno.

Los dejo con muchos besos a todos, y el dolor infinito, el dolor de la separación, de la nostalgia, de la rabia, de la impotencia, porque séque para muchos es fácil cerrar las puertas, esas que debían estar abiertas en pleno siglo XXI, llamada por los especialistas Era de las migraciones, y que Cuba está tan lejos de comprender aplicando tantas medidas inhumanas.

No puedo más, los dejo por hoy.

Amores, May”

martes, 26 de octubre de 2010

La camisa blanca

(Publicado originalmente en el blog de George Gautier
Tierradentro)


Hoy me puse la camisa blanca de ir a trabajar y por unos segundos, mi memoria sádica me llevó al mismo momento en que me ponía una camisa similar para ir a la escuela. Por un momento pasé un susto terrible de haber vuelto atrás de pronto, es mas, de que nada de mi vida actual hubiera sucedido. Temí despertar de pronto en un escabroso y sacudido año 88 yendo al tecnológico en la guagua 22, colgado de la puerta, sin nada en el estómago.
En esos segundos me volvió a sacudir la inseguridad, la falta de esperanzas, la falta de amor, la ceguera inmadura de cualquier estudiante que solo quiere que pase el día para volver a ir a la playa, único sitio donde realmente me sentía en casa, en tierra.

Quizás si hubiera tenido más de una centésima de segundo para pensar, me hubiera alegrado. Poder hacer todo de nuevo, ganar tiempo, aconsejarme a mi mismo por las experiencias que debería conocer vendrían en el futuro. Gozar de la salud de esa época, empezar de nuevo, empezar de nuevo.
Pero que miedo me dio, volver a pasar por lo mismo. No se si es que los recuerdos malos son los que perduran o las cosas lindas que a uno le pasan se van sedimentando con tanta basura que le echamos al cerebro día por día para buscarnos el pan. Pero solo veo alguna posibilidad de que pase algo bueno en el futuro, no en el pasado que ya se fue. Aunque realmente me siento como si hubiera vivido varias vidas y estoy bastante cansado. He pasado por muchas cosas, cosas que les doy las vueltas para contarlas y que parezcan graciosas, pero no quiero volver, tanto es así que terminé de abrocharme la camisa y me alegré un poco de estar en el año correcto y en la situación esperada.

Por si acaso, me dejo unos consejos y este papel impreso de letras de un pc que ni siquiera tenía pensado tener en aquella época.

-Estudia. Las carreras de carros en la ochovías te darán dinero que gastarás junto a tu tiempo en la semana sin ningún saldo positivo para tu vida.
-Estudia. Estar todo el día detrás de las “jevitas” te dará el mismo resultado que el consejo anterior, con respecto al tiempo.
- Nunca discutas de política con tus padres. Ellos no te van a entender y les vas a hacer pasar muy mal rato, tanto es así que tu padre se irá, estando tu muy lejos y no vas a poder verle.
-Dile algún día a tu familia que la quieres madre, padre, hermanos.
-No dejes pasar a esa persona genial por el solo hecho de no encajar en tus gustos físicos.
-Dile a Nelda,Jenny,Idania,Nirita,Yelene,Katia etc etc que son lo mas lindo que te ha podido suceder, hayas logrado estar con ellas o no.
-No te avergüences de que te guste la poesía, no te avergüences de que te gusten las pequeñas cosas.
-No te vayas a surfear en la penetración del mar
-No bucees en barcos hundidos.
-Cumple tu jodido servicio militar como todo el mundo, no te alces en las lomas.
- Se un poco cuidadoso con el medio ambiente.
-No corras en los carros.
-Estudia.



También debo decirme cosas que he hecho bien para darme esperanza, no todo puede ser tan terrible.
-Nunca le has fallado a un amigo, es más, haces por ellos lo que no haces por ti.
-Nunca has dejado de ser honesto contigo y por ende con el mundo que te rodea, te ha dado miles de problemas, pero duermes tranquilo.
-Has aprendido un montón de cosas para ganarte la vida a medida que van cambiando las condiciones del mundo que te rodea, nunca has sido inútil y no has necesitado casi ayuda de nadie, más bien eres “el que ayuda”
Menos mal que estamos en el 2010, volver atrás en el parchis sería duro, aun sabiendo que lo que me espera en el futuro es candela, prefiero ir palante, es donde único existen esperanzas.

martes, 19 de octubre de 2010

Somos más que 33



Nací en el 66, llamado en Cuba "Año de la Solidaridad". Ese año, en enero, se celebró la Primera Conferencia Tricontinental en La Habana. Llegaron delegados de África, Asia y América Latina, todos convocados por el milagro de la Revolución. Pero yo no podía saberlo: nacería un mes más tarde.

Mucho después me entretendría con las imágenes de aviones que sobrevolaban mi casa rompiendo la barrera del sonido y dejaban a su paso aquella línea fugaz. Mi abuela, después de sus espléndidas bondades y comidas deliciosas, me arropaba durante la noche en el portal de la casa para ver los tanques y las milicias pasar. Mi abuelo, cuando lo conocí, siempre andaba metido en sus estudios; pero en las noches compartía conmigo su radio y oíamos la pelota nacional, apretándome el pie por los Vegueros o por Pinar del Río. Era muy pequeño y poco a poco iba armando el puzle en el que vivía. Una vida elemental en la que los padres trabajaban, y de vez en cuando me llevaban a aquel mundo de pizarras y tizas con que dibujar, o si no, los abuelos cuidaban por mí.

Entre muchas cosas difusas, recuerdo la presencia de Fidel en Chile, en 1971 (que iría por una semana y se extendería por más de un mes). Recuerdo algunas imágenes en la televisión en blanco y negro de entonces. Hoy entiendo que eran días difíciles para todos en Cuba. También entiendo que la reducción, por siempre, de la cuota de arroz se debía a los fatídicos terremotos de los años 70 en Chile y Perú, similar a otras reducciones que después llegaron, por las mismas u otras circunstancias. En aquel momento nos lo explicaban y entendíamos.
Del terremoto solo supe que elegí, junto a mi madre, los juguetes que enviaría a los niños peruanos. Nada más sabía. Era muy pequeño en ese momento para entender que el arroz que llegaba a la mesa apenas alcanzaba para el mes. Y después, fui creciendo, y fui dejando de entender muchas cosas. Demasiadas. Hoy recuerdo la alegría de mi madre cuando se ganó en el trabajo un radio portátil ruso (Órbita) para que mi abuelo y yo disfrutáramos de la pelota sin hacer mucho ruido en la casa.

Mucho más tarde, entre imágenes difusas, conocí a los Beatles y a los demás locos que revolvieron el futuro del mundo. Conocí lo que había pasado antes y lo que otros trataban de impedir con sus luchas anti Viet Nam y anti Apartheid. Oí y conocí sobre Martin Luther King y Ángela Davis, sobre Gagarin y Valentina Tereshkova.

Hoy comienzo a concatenar ideas y a darle sentido a las memorias guardadas y dispersas acerca de ese archivo disperso. Cuando busco y organizo, recuerdo la presión constante que ejercía sobre la vena del brazo de mi padre (jugaba con ella, la tocaba con extrañeza). Era y es una sensación perenne de extensión, fuerza y a la vez del ir y venir. Jamás se me olvida el cariño que le daba a la oreja aterciopelada de mi padre, intentándome dormir, o los saltos que hacía encima de la cama al sonido de los Fórmula Quinta y otros, durante el programa "Nocturno", que oíamos todas las noches. Tampoco puedo olvidar el olor y calor del regazo de mi madre ante tanta falta de aire. Las noches para ella siempre han sido infinitas, pendiente de mi ahogo, y las mías, muy agradecidas por toda la vida que me dio por conocer.

Quiero, además, acompañar mis recuerdos disparatados con el día que mi padre me enseñó, en la entrada del Instituto donde trabajaba, una exposición de pedazos de aviones traídos de Playa Girón y esa cierta aprehensión con que disfruté de aquellos artefactos deshechos. También me viene a la cabeza el miedo a la invasión y a los aviones enemigos. Mi padre solía decirme que, en caso de guerra, debíamos correr al refugio más cercano y allí nos salvaríamos de las bombas. Diez millones de cubanos bajo tierra, como en una mina gigante.

Es cierto que los recuerdos en mi memoria comienzan a estar ya muy viejos, pero hoy, que intento rescatarlos, lo disfruto como un niño otra vez.

En esa búsqueda, fluyen ideas y sueños entremezclados. Rescato de mi memoria el día que me caí y rodé por las escaleras de la azotea mientras mi madre hablaba con la vecina de al lado. Oía sin cesar la palabra “Chile”, y veía la angustia en sus caras. Estaban tan ensimismadas que se olvidaron de mí. Recuerdo ante mis ojos el aparato de RX y el desespero de mi madre querida ante la posible culpa de mi pie partido.

Después, y eso sí sé que lo vi por televisión, mientras le apretaba la vena del brazo de mi papá, en la Dirección del Instituto, las imágenes de guerra ante el edificio donde estaba el presidente Salvador Allende.

Mucho después entendí por qué Pablo dijo y deseó volver a cantarle a las grandes Alamedas de Chile cuando fueran Liberadas. Ahí conocí, y hoy más que nunca, a Víctor Jara. Promesa cumplida. Silvio llegaría también y muchas de sus canciones me traspasarían el alma, y más hoy, cuando ya no quiero ni oírlo porque no sé a quién o por qué canta.

Hoy, con orgullo, veo por televisión, junto con los desesperos y los por qué de mi hijo ante las pequeñas gotas que salen por los lados de mis ojos (pero sin los apretones que daba yo en su momento, porque mis venas son capilares), el rescate de las treinta y tres personas de la mina chilena.

Saco cuenta e intento restar días, ante tantos muertos por la represión y las Dictaduras Militares. Mi cuenta empieza en preescolar, el resultado es inaudito. No sé sumar y mucho menos restar. Mi cuenta jamás tendrá un resultado.

Lo más cercano a ese resultado ha sido: "Estamos bien en el refugio los 33".
Y fueron salvados.

¡Viva Chile! Por Siempre.

Pero recuerden que somos más que 33.

Marcelo, tu Chile hoy es el Mundo.

¿Quién nos salvará a nosotros?

Manuel Suquet

Fragmentos de la entrevista "No me hagas preguntas capciosas”: Conspirando con Ena Lucía Portela.



SAYLÍN ÁLVAREZ OQUENDO: Has mencionado tu «leyenda negra de niñita desobediente, indisciplinada, anarcosindicalista y con cierta abominable tendencia a la crueldad verbal» durante tus estudios en la Universidad de La Habana. ¿Cuántos caminos te cerró o te abrió esta leyenda? ¿Le debe algo la Ena Lucía Portela de hoy a sus años universitarios?

ENA LUCÍA PORTELA: Oh, sí. Vaya si le debe. ¿Te acuerdas de que por aquellos tiempos remotos algunos profesores que daban clases en tu grupo, que eran unos chamaquitos nobles y pacíficos, se ponían a veces a despotricar del mío, [a decir] que éramos los bandidos de Río Frío? ¿Y cómo nos llamaban? ¿Te acuerdas...?

SAO: «El grupo de Ena», ¿no? Como si estuvieran hablando de una pandillita, una cuadrilla, una secta, vaya, los alza’os...

ELP: Exacto. «El grupo de Ena», como si yo fuera la cabecilla. Pero no. ¡Vil calumnia! Verdad que yo durante ese lustro (1992 – 1997) en nuestra alegre Facultad de Artes y Letras hice básicamente lo que me dio la gana, y que me encantaba sostener opiniones heterodoxas y ser la «abogada del diablo», entre otras fechorías. Pero jamás le dije a nadie lo que tenía que hacer. Los chiquitos de mi grupo simplemente consideraron, algunos más y otros menos, que después de todo quizá no fuera tan mala idea que cada cual se comportara siguiendo su libre albedrío, lo que trajo como resultado ciertos problemitas de «gobernabilidad». Y al final de la jornada, como era de esperarse, vino el pase de cuentas.
Aquel motín, presuntamente liderado por mí, no me abrió ningún camino, ¿qué te crees? Al contrario, me los cerró todos. O casi. A mí me hubiera gustado quedarme en la Facultad como profesora de griego, o de literatura griega, o algo por el estilo. Ya había sustituido en un par de ocasiones a una de las profesoras de Letras Clásicas cuando ella asistía a congresos en el extranjero y me cuadraba una pila dar clases, hacer que aquellos tarecos polvorientos de 25 siglos atrás resultaran amenos y divertidos. Pero me plancharon con el argumento, échate esto, de que yo carecía de «humildad», lo cual significa en buen romance que no aceptaba ucases de nadie. Y mi point, a saber: que yo era la mejor graduada de mi promoción y que era inteligentísima, brillante, un cerebrito de primera, como ya te podrás imaginar, je je, sólo reforzaba el argumento de ellos: que no tenía «humildad».

También salió a relucir, claro, el asunto de la política. Yo no era propiamente anarquista, por muy bien que me cayeran Alexander Berkman y Emma Goldman –la verdadera, no la de Doctorow –, por más que me hubiese deslumbrado Orwell con su estremecedor Homenaje a Cataluña. Pero igual no era comunista, ¡vade retro!, y me vanagloriaba de no serlo, y me la pasaba burlándome del gobierno y haciendo chistes «contrarrevolucionarios». Para más folclor, viajé a los USA como escritora antes de discutir la tesis, me tiré lindas fotos a la entrada de la Casa Blanca y junto a la Campana de la Libertad en Filadelfia, y le traje de regalo una bandera americana a una chiquita de mi grupo que era anexionista. Afoqué demasiado. Entre eso, la carencia de «humildad» y el mal de Parkinson que me habían diagnosticado en agosto de 1993 (y que nunca me ha impedido ser moi même en todo mi esplendor), me cerraron las puertas no sólo de nuestra Facultad, sino también las de la Casa de las Américas, las del Instituto de Literatura y Lingüística, las de la Fundación Alejo Carpentier y de no sé cuántas instituciones más.

Finalmente la doctora Graziella Pogolotti, quien prefiere la autenticidad, sea cual sea, al oportunismo, o al menos es la imagen que tengo de ella, me ofreció trabajo como editora en la redacción de narrativa de Ediciones Unión, la editorial de la UNEAC, donde permanezco hasta hoy con chapilla de inventario. Es una pinchita de lo más easy, técnica, sin poder de decisión sobre nada, que me deja muchísimo tiempo para leer, pensar y escribir. Ahí nunca he tenido rollos y me llevo divinamente con todos, aunque tal vez eso se deba un poco al hecho de que trabajo aquí, en mi cueva, y apenas frecuento la oficina. Bien mirado, es el rincón idóneo para mí, que, contra lo que pudiera parecer, no soy guarosa.

En la Facultad de Artes y Letras de la UH, resumiendo, hay ciertos especímenes con horizontes muy limitados que se creen que su mundillo es El MUNDO y que al impedirte hacer una carrera académica te destruyen. Eso creyeron que estaban haciendo conmigo en el verano de 1997. Y ya tú ves, Say, en un final resultó que me hicieron tremendo favor. Por eso los voy a llevar suave en mi autobiografía, ja. Quizá ni los mencione.
ELP: Bueno, las purgas y castigos por motivos ideológicos realmente nunca se han eliminado ni del ámbito académico ni de ningún otro ámbito en Cuba. Así que no se trata de un nuevo proceso, sino de más de lo mismo. Aunque entiendo por qué me preguntas eso.

Lo que pasa es que nosotros, quiero decir, tú, yo y nuestras respectivas tribus, vivimos una época de excepcional apertura en el ambiente universitario. No sólo porque nuestra Facultad siempre fue algo más laxa en esas cuestiones que el resto de la Colina, el «hueco negro» adonde iban a carenar los bateados por razones políticas de Derecho, de Filosofía o de Matemática, sino también porque ellos, los especímenes de mente estrecha de que te hablaba antes (y que, complaciendo peticiones, habré de mencionar en mi autobiografía, je je), quedaron muy aturdidos y traumatizados con el derrumbe del bolo soviético en 1991, y con la perra crisis que sobrevino a posteriori. Había, como quien dice, desconcierto en las filas del enemigo. Sólo por eso llegué con vida a la graduación pese a mi mala conducta. En los 80s algo así hubiera sido impensable. ¡De la patada en el culo no me hubiese librado ni Dios! Y más tarde, con el ascenso al poder de Hugo Chávez, tan dadivoso con el petróleo del pueblo venezolano, volvió la cerrazón.

SAO: (...) Como el teniente Leví, personaje de en Cien botellas..., ¿también mascullas un «no aguanto más esta mierda» antes de lanzar la frase «El año próximo en Jerusalén» y en el fondo no acabas de irte, y en el fondo quizás es muy tarde?

ELP: Sí, claro, a veces me entran esos arrechuchos de que me largo y no regreso. Aunque, a diferencia del detective Ariel Leví, a esa hora ya me da lo mismo Jerusalén que Reykjavík, Gaborone, Kuala Lumpur o el quinto infierno. Cualquier desgraciada city que no sea ésta.
Figúrate tú, muchacha, entre el calor infame, lo caro que está todo, el arroz que no hay, los ciclones, el techo que se filtra y no se puede reparar porque es de viga y losa, los exterminadores de mosquitos – que son una puñetera plaga y joden más que los propios mosquitos –, las tormentas eléctricas, las escandaleras de los vecinos, los medicamentos «en baja», los cambios súbitos de voltaje que te revientan la computadora, la escasez de agua que tal parece como si viviéramos en el Sahara, el reguetón a todo volumen, lo violenta que se ha puesto la calle, las mil dificultades para acceder a Internet, la burocracia laberíntica, la esquizofrenia generalizada y arriba, pa’ ponerle la tapa al pomo, el Comandante Inmortal saliendo del sarcófago en camisita de cuadros para echarnos miedo con la guerra nuclear o qué sé yo cuál delirio, ¿cómo no van a darme ganas de vender el cajetín?

Pero no puedo ni quiero dejar a mi madre sola acá, en medio de toda esta locura. Ella me aconseja que huya mientras pueda – o sea, mientras el mal de Parkinson no me deje clavada en un sillón de ruedas –, pero se trata de una anciana que se pasó la vida trabajando y que ahora habita en el mundo del dolor, sobreviviendo a base de calmantes, y no tenemos en la isla a ningún otro familiar que nos tire un cabo, así que me quedo y ya está.

Y sí, como bien dices, es decir, como rumia el desventurado teniente Leví oteando La Habana desde su atalaya en el piso 20, quizás en el fondo ya sea muy tarde. No sé. En realidad nunca pienso en eso. ¿Para qué? Si con angustiarme resolviera algo...

SAO: Recientemente tu firma del documento «Orlando Zapata Tamayo: Yo acuso al gobierno cubano» armó bastante revuelo en los medios internacionales. ¿Qué opinas de toda esa atención de la prensa extranjera por un lado y del habitual mutismo de la prensa cubana por otro?

ELP: Mira, la libertad de expresión yo me la cogí por mi cuenta hace bastante rato. Porque ese derecho, mi cielo, si tú esperas a que te lo den... ¡Juas juas!, espéralo sentada en un taburete. Así que en mi mensaje de adhesión a la campaña «OZT: Yo acuso...» en esencia no dije nada que no hubiese dicho, escrito y publicado antes, lo cual se puede verificar en Internet. Al firmar, pues, yo sólo estaba siendo coherente. Verdad que eso de la coherencia no se usa mucho entre los intelectuales del patio, pero no creo que el asunto haya sido noticia fuera de la ínsula por tal razón, sino porque en el mensajito de marras hice explícita mi discrepancia con la declaración de apoyo al régimen que días antes había emitido el Secretariado de la UNEAC a nombre de toda su membresía.

La UNEAC, según sus propios estatutos, es una organización «no gubernamental». Suena muy democrático, ¿no? Ah, pues entonces el Secretariado carece de potestad para emitir declaraciones políticas a nombre de todos sus miembros sin consulta previa, como si fuera el Partido Comunista. Puede pergeñar sus panfletos aplaudiendo los desmanes de la dictadura contra los opositores pacíficos y luego recolectar firmas que los avalen, como hizo en 2003, cuando la Primavera Negra. Entonces hubo quienes se prestaron para bailar en aquella comparsa, y también hubo, como yo, quienes no se prestaron. Pero en 2010 el nuevo Secretariado decidió agilizar el trámite, creyendo tal vez que nadie osaría discrepar en público. Y ahí yo decidí que nanay, que EN MI NOMBRE NO. ¿De cuándo acá esa frescura? En general no me entusiasma que se trate de usurpar mi voz. Y esto fue noticia, como te decía, porque muchas personas fuera de Cuba creen, al parecer, que la UNEAC tiene alguna relevancia en la sociedad cubana actual y que el solo hecho de ser miembro implica obligatoriamente algún tipo de compromiso con el régimen, lo cual, desde mi punto de vista, es una apreciación errónea. Un mito, vamos. Fíjate que el manifiesto «OZT: Yo acuso...» tuvo otros firmantes afiliados a la UNEAC, artistas de la plástica y escritores, v.g. Tania Bruguera y Ángel Santiesteban, quienes también estaban siendo coherentes. Y hubo músicos que no firmaron, pero que hicieron declaraciones independientes de un contenido bastante ajeno al oficialismo. Que la mayoría de los «uneacos» permaneciera en silencio no significa nada. La mayoría de nuestro pueblo permanece en silencio. Por ahora.

Sin embargo, pienso que toda esa atención por parte de la prensa extranjera fue positiva a los efectos de la campaña «OZT: Yo acuso...». Porque uno, miembro o no de la UNEAC, al firmar desde aquí se arriesga a que le rallen un par de cocotazos –peligro que por estos lares viene en convoy con la libertad de expresión –, de manera que debe estar muy convencido de que lo que hace está bien, y esa convicción puede, quizá, atraer a más firmantes. Entre la avalancha de comentarios, en conjunto muy admirativos, recuerdo que me hizo mucha gracia uno que decía algo así como: «No tengas miedo, Ena, que somos más que ellos y les vamos a ganar...» ¡Ja! ¿No está simpático?

Aunque sí te confieso, acá inter nos, que me resultó un poco incómodo que me elogiaran tanto por mi gran valentía (¡a mí, que les tengo pavor a las cucarachas!) sólo por firmar un manifiesto, mientras Guillermo Fariñas estaba jugándose la vida en una huelga de hambre y las Damas de Blanco eran brutalmente acosadas en la calle. Eso por no hablar de la madre de Orlando Zapata, Reina Luisa Tamayo, quien sigue ahora mismo bajo el fuego, allá en Banes, acorralada por una jauría de degenerados a las órdenes del régimen que le impiden visitar la tumba de su hijo. Y ella no desiste, no desiste, no desiste... Viendo ésas y otras cosas, ¿cómo coño iba yo a no firmar apenas recibí el mensaje de Enrisco?

Sobre la prensa cubiche... Oye, Say, ¿de qué tú hablas? Aquí no hay eso.

La entrevista completa “No me hagas preguntas capciosas”: Conspirando con Ena Lucía Portela, puede leerse aquí

viernes, 6 de agosto de 2010

De las palabras, las manipulaciones y los recuerdos (2)

Publicado por Amir Valle en su blog A título personal


Es de tontos negar que todos los niños cubanos teníamos derecho a educación gratuita. Es también de tontos negar que luego de 1959 la isla se llenó de escuelas, incluso en aquellos sitios tan intrincados de las montañas adonde no llegaban ni las señales de radio. Pero también es tonto negar que cada una de las clases que recibíamos eran inyecciones muy sutiles de doctrina, un muy fino, cuidadoso y sostenido lavado de cerebro.

Hace unos meses, un amigo me trajo desde La Habana dos de las libretas que utilicé cuando estudiaba en el nivel secundario para copiar las clases de literatura.

Es obvio que alguien se pregunte: ¿y a fe de qué Amir guardó esas libretas que, en la mayoría de los casos (las hojas eran de papel malo pero muy suave), suplieron la falta de papel sanitario en aquellas épocas? Y la respuesta es simple: cuando aún éramos jovencísimos aspirantes a escritores cierto escritor santiaguero llegó a nuestro taller literario y nos dijo que mientras más se escribía, más rápido se llegaba a esa “cima literaria” tan anhelada, y eso me lanzó a aprovechar los turnos de literatura, tres veces por semana, para escribir en aquellas hojas, ilusionado, historias que entonces me parecían geniales y que hoy, mientras las leo, me parecen perfectos atentados contra la literatura, aunque las contemple todavía con nostalgia y cariño. Por eso, por simple y llana nostalgia, conservo esas libretas.

En aquellas clases no necesitaba prestar mucha atención, sólo la necesaria para no ser regañado pues, casi todo lo que nos daban los profesores, ya mis padres, maestros de los de antes (es decir, enciclopedias con piernas), me lo habían hecho leer cuando descubrieron que era mejor tenerme tranquilo leyendo, sabiendo que me gustaba hacerlo, que dejarme mataperreando por el pueblo. Habían aprendido la lección de un modo, digamos, ejemplar: cierto mediodía, asombrado porque en la carnicería del pueblito de Holguín donde vivía, habían llevado a vender carne de tiburón martillo, convencí a mis amiguitos y velamos a que el carnicero entrara a su casa para almorzar, descolgamos un hermoso ejemplar de aquellos tiburones y nos fuimos al río a jugar.

Todavía recuerdo la paliza que te dio tu padre cuando nos descubrieron en el río – me dijo hace unos años en La Habana el hoy doctor Juan Carlos Romero Oliva, uno de aquellos traviesos muchachos.

Pero también hoy, además de conservar esos primeros escritos por razones sentimentales, y ya centrado en escribir estas anécdotas sobre los adoctrinamientos que recibíamos desde niños en Cuba, he podido rescatar pequeñas joyas como estas:

“El Cid Campeador fue el primer revolucionario español y dejó una huella indeleble en el espíritu de libertad de los desposeídos de España”.

“Pablo Neruda fue un luchador antiimperialista que supo ver la grandeza de la Revolución Cubana. No por gusto su más grande obra literaria está dedicada a los pobres de la tierra”.

“Para llegar a ser nuestro Poeta Nacional, la gloria mayor de nuestras letras, Nicolás Guillén tuvo que escribir su glorioso y eterno poema Tengo, donde habla de las desgracias que vivían los pobres de nuestro digno pueblo en el capitalismo y de cómo la Revolución los transformó en hombres felices y convirtió sus sueños en realidades”.

Por ese estilo, hurgando en mi memoria, encuentro a un Balzac revolucionario, que supo mostrar en sus novelas la verdadera cara de la burguesía; o a un Boris Polevoi que, con Un hombre de verdad, había demostrado la superioridad de la literatura revolucionaria socialista; o a un Máximo Gorki que, con La madre mostraba el espíritu combativo y guerrero de la mujer rusa que vaticinaba un futuro mejor mediante la reivindicación del papel de la mujer en la sociedad; o a un Juan Rulfo que había decidido denunciar en sus cuentos la difícil y miserable vida de los campesinos mexicanos; o a un Miguel Hernández que había lanzado el dardo de su pluma contra la pobreza extrema de los niños yunteros españoles; o a un Vladimir Maiakovsky, que había sido el primero en poner la poesía al servicio del socialismo recitando sus poemas revolucionarios al pueblo ruso desde las tribunas …

Para no olvidar que de la literatura cubana la mayor parte del poco tiempo que se dedicaba a esa materia se priorizaba para:

Espejo de Paciencia, de Silvestre de Balboa (era importante, lo recuerdo, escribir una composición sobre el ejemplo de rebeldía del negro Salvador Golomón);

Aletas de tiburón, de Enrique Serpa (sí, y para coincidencia, mi profesor había nacido en Casilda, un pueblito de pescadores, y recalcaba, porque “lo viví en carne propia”, nos decía, el duro destino de los pescadores cubanos en el capitalismo);

“Elegía a unos zapaticos blancos”, de Jesús Orta Ruiz-El Indio Naborí, y “Romance de la niña mala”, de Jesús Ferrer (el primero, repetían, para enseñarnos el alma criminal del imperialismo que nos invadió en Playa Girón y arrebató a niños como Nemesia el sueño de tener unos zapaticos blancos; y el segundo, para que viéramos un ejemplo de cómo en nuestro pueblo siempre hubo una semilla de rebeldía contra la desigualdad). Sin olvidar, por cierto, que nos hacían aprender esas dos obras para recitarlas o dramatizarlas en los actos políticos de la escuela”;

“Tiempo de cambio”, de Manuel Cofiño, cuento que, nos decían, eran la prueba literaria más viva de cómo la Revolución había acabado con la prostitución permitiéndole a las prostitutas la reinserción en la nueva sociedad que se construía;

O José Martí, el “Autor intelectual del asalto al Cuartel Moncada”, el “gran precursor de la Revolución Cubana”, de quien, por cierto, nos enseñaban sólo su poema “Yugo y Estrella” (con ese título, ¿debo recordarles de qué trataba la obra?), aunque, para refrescar, nos soltaran algo de sus “Versos sencillos”.

Como diríamos en Cuba: “con esos truenos”… si las clases de literatura históricamente, en todos los sistemas, han sido detestadas por los alumnos, habría que tener alma de masoquista para que nos gustaran. Ni yo, que tenía pasión por la lectura, soportaba aquellos turnos, que conste.

Y aunque es también cierto que los alumnos recibían una amplia información sobre la creación literaria en Cuba y el mundo (algo que hasta donde sé no es común en los programas educativos de otros países), según lo veo ahora, la deformación estaba en impartir la literatura sólo como un arma de lucha, restándole así la posibilidad del disfrute de lo estético, entre otras cosas. Porque lo importante en aquellos programas de estudio era la participación social del escritor y no tanto la obra en sí, sus valores, sus aportes…

Hoy sigue siendo así, quizás con la diferencia de que se han incorporado a la escena nuevos “escritores revolucionarios”. Uno de ellos, por sólo poner un ejemplo, es Antonio Guerrero, uno de los cinco cubanos, prisioneros en Estados Unidos, por labores de espionaje para Cuba. Hoy, básicamente a los niños de primaria y secundaria, se les hace leer sus poemas (si es que, con perdón, puede llamársele a eso poesía aunque algunos colegas en la isla lo hayan proclamado un “gran poeta”) y hasta se hacen concursos donde se premian a los que mejores cartas de apoyo escriban a Antonio o a cualquier otro de esos cinco espías.

Lo importante, para los metodólogos (¿o debería decir estrategas políticos?) que elaboraban (y elaboran) los programas de estudio ha sido sembrar en la mente del niño, del adolescente, la idea de que todo, to-do, TODO, puede sacrificarse “en aras de la Revolución Mundial de los pobres”, como lo demuestra (según el punto de vista que le dan a las biografías) la vida de esos escritores que estudian los muchachos en las escuelas de la isla.

Para colmo de los colmos, una de mis profesoras en aquellos tiempos (y juro por mis hijos que no es un chiste) se llamaba Victoria Segura.

martes, 3 de agosto de 2010

Todo sobre mi padre




Mi padre no pidió limosna, aunque dependió de un hermano y otro hijo en USA. Mi padre no tuvo que salir a la calle a vender un paquetico de nada, aunque dio clases de inglés a domicilio como un caballo. Mi padre vivió en casa hasta los 81, cuando prácticamente ya era sólo el padre de mi madre (se llevaban 17 años). Mi padre, el abuelo que nunca tuve de grande.
Cada día regreso de la calle con mi padre en la cámara Canon y la cabeza calcinada por tanto sol y tanta soledad. Casi no hice fotos de mi padre en vida. Y ahora pago el precio de ese descuido de adolescente (fui su hijo de la vejez).
Por eso me lo encuentro por las aceras y soportales cubanos. Boqueando, mal afeitado. Con ropa humildísima que olía siempre a cigarros Populares de 1.60 pesos (un aroma que extraño: todos los fumadores apestan, excepto él). Un tipo tan tierno, cuando yo me atrevía a decirle al menos media palabra. Tan torpe para las cosas prácticas, tan iluso para las letras inútiles. De mirada inmortal cuando mi psico-rigidez me permitía decirle de vez en cuando (de voz en cuando): papá…
Murió en agosto, como todo muere en este mes mefítico de los Trópicos. De cáncer, como corresponde en un país sin diagnósticos de última generación. Ni terapia. De un tirón, por suerte. Sin dolor. Mi padre murió de una metástasis misericorde, amateur, entre un raro vómito llamado “borra de café” y las cantinelas de Radio Martí en un radio Selena de antes del Período Especial.
Desde entonces lo he visto muchas veces y todas lo he retratado. No le hablo jamás en la calle. Pero en la casa, sí. Siempre. ¡Papá, coño, si estás igualito…! Papá, ¿verdad que nunca te vas a volver a morir…?
Mi madre ignora todo este tráfico de emociones. Le pone agua y sus florecitas de cada día. Las decapita con puntualidad de verdugo. Mi madre es el terror manos-tijeras de nuestro jardín. Y de paso le reza a mi padre, con la timidez de quien se puso vieja y aún no sabe si tiene derecho a rezar (sirviente solícita en el capitalismo, obrera muda en el comunismo: mi madre sí supo lo que es resistir).
No hay consuelo para no ver a mi padre, supongo. Pero yo me invento uno cuando la tristeza socializada de Cuba no pare más. Entonces rebusco en mis fotos de caballeros callejeros caídos en las trincheras inciviles de La Habana, tanteando en la pantalla líquida o el papel cromado los ojos maravillosamente miopes de mi papá. Hasta que ¡wao! ahí están de nuevo, como nuevos, fotografiados como si no se hubieran muerto hace exactamente diez años. Los días sí volverán.
Y me alegro, como un escolar estúpido, de que mi padre nunca pidió nada a extraños ni en la crisis ni en el esplendor; aplaudo que sus negocitos fueran una calamidad sin ganancias porque no le hacían ninguna falta; me regocijo y envidio que a sus 81 casi no conociera a un médico, excepto al ingenuo o ignorante indígena que descubrió su cáncer sólo durante la autopsia (igual desde niño yo sabía que después del año cero o dos mil me quedaría huérfano hasta de Cuba).
Fue un domingo. Trece. En agosto. Con pioneritos en el televisor adelantando las primeras flores por el cumpleaños del hoy compañero Fidel (Elián González era todavía una pesadilla patria patética). Esa noche, la funeraria de Luyanó (localito mortecino con una tarja republicana del Partido Socialista Popular) estuvo más repleta que nunca de viejos dejados solos contra la rala realidad del siglo XXI insular (noche insulsa, jardines inverosímiles). Y ahí mismo comencé a sentir cierto orgullo necro de que mi padre no estuviera allí. No así.
Buenas noches de nuevo, falso papá con enfisema en estos píxeles de hoy. Que resucites en la próxima foto o respires pronto tu próxima flor (parece un título terrible de Manuel Cofiño, pero la vida de mi padre, de alguna manera antípoda, estilísticamente lo fue). Hasta mañana entonces, desmemoria de mi papá (es un privilegio escribir por fin sin complejos estas frasecitas flojas de escuela primaria). Sospecho que aquella gramática mía no volverá. Rev In Peace!

Orlando Luis Pardo Lazo
La Habana

miércoles, 21 de julio de 2010

De las palabras,las manipulaciones y los recuerdos, 1ra Parte.

La manipulación intelectual ha sido, la historia lo demuestra, una de las grandes jugadas de los políticos que han gobernado en ese engendro de totalitarismo que, incluso en sus variantes menos peligrosas, se ha llamado “Socialismo”.
Y es una manipulación que, particularmente, comienza en los primeros pasos del artista, cuando éste aún es un ser moldeable, dúctil, casi una esponja para absorber cuanta idea, opinión o credo se tilde de “producto intelectual”.

Bien lo recuerdo. Y ahora, cuando han pasado los años y he descubierto que muchos de aquellos consejos “paternales” eran sólo venenos inoculados para sembrarte bajo la piel el miedo a la inestabilidad, el terror a que tus sueños literarios no se cumplieran, el pavor permanente a todo posible alejamiento de “las vitales raíces culturales”, puedo sentarme a recordar como fue que, en mi caso, me convertí en algo que cargaba en sus espaldas y en su rostro trajes y máscaras que otros habían fabricado para todos los “nuevos talentos de la literatura” (así nos llamaban entonces), basándose en los dictados políticos que llegaban desde algún sitio que, los más iluminados, llamaban “allá arriba”.

Tenía entonces 16 años y asistía a unos encuentros literarios de carácter competitivo que en el ámbito cultural cubano se conocían como Encuentros Nacionales de Talleres literarios. Ese año, además de mi cuento “Abuelo en dos tiempos” (publicado luego, en 1986, en el libro Tiempo en cueros) concursaba yo en el género Décima con una obra titulada “Para una cronología familiar” (horrorosa, malísima, pero que recuerdo con un especial cariño pues fueron mis primeros versos dedicados a mi abuelo Ceferino, de origen canario, un ser muy especial en mi vida). En el debate de las obras, un señor (que luego supe venía de talleres literarios del ejército) pidió la palabra y acusó de “ideológicamente débil” la décima de un pobre muchacho, tan joven como yo, porque en una de sus décimas el guajiro se quejaba de vivir en la pobreza y, según los argumentos esgrimidos por el atacante, eso era un juego al discurso del enemigo imperialista porque la Revolución Cubana había acabado hacía mucho tiempo con las desigualdades entre el campo y la ciudad.

No fue eso lo más importante. Lo más importante vino después cuando un poeta, admirado hasta casi el endiosamiento por casi todos los jóvenes aspirantes a poetas que concursábamos: Jesús Orta Ruiz, “El Indio Naborí”, dejó a un lado los análisis de las décimas y se puso de parte del atacante dándonos un discurso de más de media hora sobre la necesidad de ajustarnos a la verdad histórica que la Revolución había puesto delante de nuestros ojos, si es que queríamos llegar a ser “poetas que alcancen la cima de la consagración en el altar de la Revolución” (así lo dijo, pues es una frase que me marcó profundamente en ese tiempo). A las palabras del Indio Naborí se añadió otra larga diatriba del poeta Alberto Rocasolano (otro de los miembros del jurado ese año) sobre cómo los enemigos de la Revolución esperaban que los jóvenes, por inexperiencia, cometiéramos deslices en nuestras obras (y cuando hablaba de deslices señalaba directamente al muchacho criticado) para aprovechar nuestros criterios y atacar “la obra que hemos hecho los escritores que amamos la Revolución”.

Ese mismo atacante, que como yo también concursaba en el género de cuento, pidió la palabra al día siguiente, ya en el debate de los cuentos que optaban por el Premio Nacional, y volvió a la carga contra otro joven escritor a quien acusó por considerar que las malas palabras no podían estar en la literatura. Es claro que todo podía quedar como una cuestión de gustos, pero el hombre argumentó claramente que el arte revolucionario debía ser un arte limpio, puro, libre de las perversiones morales del capitalismo y el uso de las malas palabras en nuestra juventud era un asunto a combatir por la Revolución porque era un rezago de nuestro triste pasado capitalista.

Aquel adalid de la ideología que nos insuflaban y que, obviamente, nosotros entendíamos como “lo natural, lo normal”, nos parecía a todos un ser abominable (recuerdo que algunos dijimos que nos caía como una patada ahí, donde a los hombres siempre nos duele más física y machistamente), y por eso nos pareció genial que el narrador Eduardo Heras León y el profesor universitario y critico Salvador Redonet (miembros del jurado) mandaran a callar al hombre y, otra vez, nos dieran una larga perorata sobre el mejor modo de escribir: “los grandes traumas que hemos pasado en estos tiempos, las miserias humanas que hemos vivido, las traiciones, los grandes amores… esos temas que siempre han existido, son los que mostrarán la verdadera cara de la Cultura Cubana a los que vendrán a leerlos a ustedes”, dijo Heras León.

Por suerte, yo tenía a mano los consejos de Heras León y de Redonet (a quienes debo buena parte de lo que soy como escritor, desde que decidieron apadrinarme en aquellos tiempos) y cuando, intrigado, aturdido incluso por la atmósfera de miedo que aquel atacante creaba adonde quiera que iba en aquel Encuentro Nacional, quise saber qué creían de todo eso que aquel hombre había argumentado, tanto en los debates de poesía como en el de cuento, Heras León puso una cara triste, de hombre dolido, y me dijo: “Amir, creo que ya es hora de que sepas lo que me hicieron hace unos pocos años a mí y a otros escritores. Sólo conociendo esas historias comenzarás a entender toda esta absurda guerra”.

Pero esa será la próxima historia.

jueves, 24 de junio de 2010

Ejercicio de fabulación




“Dice mi abuela Margot/ que los niños como yo,/ están muy traumatizados, /con sus padres divorciados,/ pues se sienten diferentes/ a otros niños de repente,…” algo así decía aquella canción de Virulo, que al final aclaraba que justo los traumatizados serían los niños que vivieran con ambos padres, porque, sin dudas, eran (son) minoría.

Entiendo que ya se encargan los institutos de estadísticas, y de estudios sociológicos, de tipificar este fenómeno, y analizarlo desde todas las aristas.
Y si pregunto entre amigos y conocidos de mi generación, cae un torrente de causas diferentes que tienen, sin embargo, un trasfondo común:

• él se fue con su(s) secretaria(s) u otra subordinada;
• desde que le dieron el carro, casi no lo veíamos por la casa;
• uno de los dos, él o ella, tuvo que irse a cumplir misión, y tenía 1 mes de vacaciones al cabo de 2 años;
• uno de ellos se fue a estudiar a La Habana, y el otro se quedó en provincia, con lo cual se espaciaron tantísimo los encuentros;
• la vida marital se compartía, cada día, con abuelos, padres, hermanos… de alguno de ellos;
• él no era muy luchador, y lo primero es lo primero;
• ella solo pensaba en superarse y la casa era un desastre (¿quién dice que en Cuba no hay machismo?)
• él o ella era negro/a y las familias no se llevaban bien, apenas se toleraban (¿quién dice que en Cuba no hay racismo?)
• faltaban metros cuadrados en aquel hogar, para no pelearse a cada momento; o, de lo contrario, había que hacer una barbacoa o una división interna, pero claro, él ni sabía, ni tenía tiempo y mucho menos, materiales.
• ella o él encontró, de casualidad, algún extranjero/a o algún “maceta” cubano/a, y, otra vez, lo primero es lo primero.
y un largo etcétera.

La precariedad y el cansancio de la vida diaria deterioraban las pasiones. Las más fuertes podían desvanecerse entre tanto fin de semana pasado en casa, entre cuatro paredes, más parecidas a una galera que a un hogar. Y, por otro lado, las tareas, el internacionalismo, el ansia de superación, las movilizaciones al campo, los trabajos en la microbrigada, todo se conjugaba para acentuar las distancias. Las vacaciones eran una odisea o un sueño alimentado durante todo el año, que se desvanecía, en cambio, a la llegada del verano. Calor, colas, falta de dinero, colas, calor…

Siento que hablar con tanta frialdad, y casi madurez, de estos asuntos, desde la adolescencia, fue una de las pocas libertades que tenía; tal vez divorciarse es de lo más atrevido que se ha hecho allí en los últimos 50 años.Pero más que las causas y que el hecho en sí del divorcio, lo que me sorprende muy desagradablemente es que no tenga recuerdo alguno de esa etapa en la que yo vivía junto a mis papás y que, según Virulo, debería haberme traumatizado.

Por eso miro una y otra vez la foto, intentando descubrir algún pequeño detalle que me alumbre. Llevo muchos años con este ejercicio y no consigo recordar, así que voy fabulando esa primera época de yo estar en este mundo, flanqueada por padre y madre, y en la que, tal vez, era muy feliz.
Publicado por Natasha César
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miércoles, 2 de junio de 2010


¡Tantos años y tan pocas fotos!, ¡porque han quedado lejos, al otro lado del Atlántico! No todo se puede echar en una mochila. Lo importante vive en mí, me transforma, me guía y, de paso, cuando encuentro alguna foto, hace aparecer la nostalgia por un ser que ya no es.
¿Quién puede suponer que yo sea ese? ¿Quién puede atestiguarlo? ¡Yo, con esas piernas! ¡Y esos cachetes! Ni en aquél momento la señora regordeta con cara de gallega le creyó a mi madre. « ¡Qué niño tan hermoso!» « ¡Es mi hijo!» –afirmó mi madre presumida. « ¡Su hijo!» La gallega miró la piel de mi madre y volvió a repetir asombrada. « ¡Su hijo!» –se rió con sarcasmo. « ¡Mira que decir que es hijo de ella!» Y como si ya hubiera escuchado demasiado se alejó hablando consigo misma. « ¡Cómo una negra va a parir un hijo blanco! ¡Esto es inconcebible!» « ¡Sí, es mi hijo, lo saqué de mis entrañas!» –gritó mi madre para que todo el mundo se enterara, pero la mujer no escuchaba. Yo sonrío cuando mi madre a ratos rememora la anécdota. « ¡Sí, eres mi hijo!» –y se vuelve a enojar.

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miércoles, 26 de mayo de 2010

My Pride



Porque creo que una de las últimas veces que presumí de ella, fue chapurreando en inglés con alguien que recién conozco.
Y si comparto esta sensación ahora se debe a que no es algo que me pertenece en exclusiva, por el contrario creo que es bastante extendido entre los que estábamos allí en aquellos años.
Con razón, cierta amiga solía decir (y creo que lo mantiene) que para mí, está mi abuela, y después, Dios.
Y cuando veo esta foto de sus veintitantos con cara de “damisela lánguida” que diría otra amiga, intento descubrir con qué vida soñaba esa joven en la década del 40; pero lo rotundamente cierto es que no imaginó que durante muchos (¿demasiados?) años tendría una no-propia vida, pues andaría enredada en las rutinas de una casa (eso sí era esperable) y las de unos nietos demasiado socialmente activos, mientras su hija estaba en la gran carrera de fondo rumbo a convertirse en una superwoman.
Hablo no sólo de llevar el biberón a la cama cada mañana hasta los ¡13 años!, sino también de enrolarse como madre-guía en los campamentos de pioneros, disponible para ayudarnos a hacer las literas, al despertar, y para separarnos cuando nos enzarzábamos en alguna riña por un juego de yaquis (¿yakis?); de correr llevándome casi a rastras cada mañana hacia el centro escolar que correspondiera desde mis 3 años de vida; de preparar postres caseros y algún “presentico” en forma de agarraderas y/o paños de cocina bordados para cualquier celebración escolar; en fin, de ese doble papel que tuvo que interpretar en mi infancia para que mi madre, como otras tantas, se dedicara a trabajar, estudiar dos carreras universitarias, prepararse para la defensa, leer a André Breton (estas últimas cuatro palabras son en realidad copyright de otra superwoman que nos dio clases de Literatura Española en la Universidad)...
Sí, ya sé que siempre, en muchas culturas, han sido algo especial. A mí me hubiera gustado que sólo fuera la que prepara una merienda por las tardes, mimara demasiado y diera sabios consejos. Es duro pensar que la razón por la que es tan especial tiene que ver con unos años, los de su segunda juventud, que se los arrebataron sin preguntar, sólo por estar en ese lugar en ese momento; y siguió serena la senda, sin rechistar, casi con estoicismo.
¡Qué raro! En el país de las muchas fechas significativas se han olvidado de proclamar el “día del abuelo”. Bueno, probablemente no lo han olvidado, pero es que ya lo tienen en Estados Unidos, y si los yanquis lo pillan primero, no podemos cogerlo nosotros, parecería algo neocolonizador.
Hoy me emociona leer La Noche, de Excilia Saldaña; pero más me emociona hacerle de guía a sus 90 años, explicarle por qué se casan los homosexuales, sentarla frente a un ordenador para que escriba una “carta”, descubrirle las bondades de la dieta mediterránea y del vino tinto…
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viernes, 21 de mayo de 2010

Foto de familia, por Reinier Perez-Hernández



Mis padres y mis hermanos estaban de tránsito en Moscú, sólo que ignoro si iban para o regresaban de Ulán Bator, donde vivieron dos o tres años. Tengo que preguntar. Si fue a mediados de 1973, tal vez entonces ya yo me encontraba en el vientre de mi madre.

Resulta una típica foto de familia en un lugar histórico, como para recordar que “ahí estuvimos” o reflexionar sobre las “plazas”. Años después, en otra plaza, la de Tianamén, en Beijing (Pekín, según la RAE), estamos todos –papá, mamá, mis hermanos y yo–, con la famosa entrada a la Ciudad Prohibida al fondo y el retrato de Mao.

Recuerdo otra: en Berlín, cerca de lo que llaman Isla de los Museos. Ya no es plaza alguna, sino un puente sobre el río Spree, que –pienso ahora– pudiera conducir hasta el Museo en que se encuentra el altar de Pérgamo –hablo en subjuntivo pues mi memoria me falla–. Quizás haya otras, en una estación de tren en Irkutsk o en un castillo de Bratislava, cerca del Danubio.

Hoy, 18 de mayo de 2010, estoy en Maguncia, a orillas del Rin. Mi hermano mayor vive en Miami; el otro anda por ahí; mi padre está en su casa de Marianao y mi madre me espera en Nuevo Vedado.

Una copia de esta foto está en los álbumes de la familia, allá en La Habana, pero esta me llegó a través de Cuquito, tía abuela mía que murió hace unos años en Artemisa, de donde son mis abuelos. De ella recibimos como herencia una vieja caja amarilla con fotos de toda la familia. Esta copia se la regalé a mi hermano mayor.

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martes, 18 de mayo de 2010

Matanzas, por Mabel Cuesta


Estoy sola en West New York. En unos meses habrá terminado esta cristológica edad en que he perdido tanto como he ganado. Año difícilmente feliz, pienso y escucho este danzón.

Han pasado meses desde que lo escuchara por primera vez. Magaly Alabau nos lo hizo llegar y vivimos meses de obsesión. Acabo de hacer la compra y me reclino en mi silla de oficina derritiendo un hollejo de naranja vestido de chocolate. Me esperan el César y Cicerón, pero por ahora cierro los ojos.

Tengo cinco años y una saya roja que debo vestir, invariablemente, con una blusa blanca. Ambas piezas están hechas de una tela que me provoca una picazón increíble. Estoy en la Sala José White, antiguo Liceo artístico literario donde en 1879 se bailara por primera vez "Las alturas de Simpson". Bailo otro danzón con mi abuela y su compañero de baile. Me meto entre los dos. Los hago reír. Suena un silbato, es "El bombín de Barreto" y soy tan feliz que creo que esta noche no duermo. Nos miramos en aquellos enormes espejos y los tres somos gigantes. Sé que después haremos cola en "La pelota" para tomar helado de vainilla. Sé que vamos a atravesar el Parque de La Libertad y que saludaremos a la estatua, a la mujer que rompe las cadenas y a Martí.

Tengo cinco años y estoy en Matanzas, mi ciudad. Mi abuela es la mujer más hermosa del baile y la noche del sábado se llena de promesas. Más tarde bajamos por la calle del poeta, Milanés enloquecido, tras su reja de madera; Isa de Ximeno que no lo quiere o no la dejan quererlo, altísima en su balcón de lo que es ahora la Academia de Ciencias. Le pregunto a mi abuela si Milanés era realmente del tamañito de la estatua que está en el parque de la Catedral, ella hace un mohín con la boca y sube las cejas en señal de: no me parece posible. Le digo que si es así era un enano. El compañero de baile de mi abuela es altísimo y se ríe de mi ocurrencia. Sí, era un enanito y seguimos caminando por su calle.
¿El Palacio de Junco siempre ha sido azul? suelto otra de las mías y es entonces que mi abuela sonríe especialmente complacida, le agrada mi constante inquietud, mi sed de saberlo todo. No responde. Se hace la que no me ha oído y otra vez Pancho viene con la respuesta: sí, siempre ha sido azul.
Seguimos hasta el Puente de la Concordia. Ellos hablan de otras parejas de baile, de la orquesta, del próximo sábado y yo miro el agua muy negra y unos botecitos que recién salen desde la desembocadura del Yumurí, buscando la bahía. Quiero preguntar por qué se van a estas horas, siendo que está como boca de lobo, pero me quedo en silencio, chupando el segundo de mis helados. Ya estamos en la Calle Plácido y el restaurante del arroz frito está a punto de cerrar. Le digo a mi abuela que me gustaría venir otro día por arroz y ella me acaricia, me dice que claro, que cuando llegue el próximo salario.

Mártires del Goicuría, el cuartel convertido en escuela, ya está llegando. Empiezo a cantar el himno de los pioneros exploradores y ellos, de nuevo, se ríen... les cuento que con toda la gente de mi aula y el papá de Hildys, vamos a subir a La Cumbre y de ahí bajar hasta el valle, eso lo vamos a hacer en dos semanas. Y el papá de Hildys nos ha dicho que cuando estemos en el valle, pasaremos la noche escuchando los grillos y las ranas, que nadie puede tener miedo. Que él llevará las tiendas de campaña y las linternas. Eso será el sábado y entonces el domingo vamos a subir hasta la Ermita de Monserrat. Es una loma altísima, pero va a ser muy divertido. Vale la pena, dice él, porque una vez arriba, vamos a poder mirar toda la ciudad. También le gustaría explicarnos el por qué de los nombres de las cuatro estatuas, dijo algo de Cataluña, una parte de España y sus provincias.
Pancho y mi abuela se han parado en la esquina en donde comienza el Paseo de Martí porque parezco una cotorrita. No solo hablo y hablo, sino que también voy dando salticos y rascándome por lo mucho que me pica la tela de esa ropa. Mi abuela tiene sus bellísimos ojos azules muy grandes, me dice que no sabía nada de la excursión, que tiene que buscarme una cantimplora, no vaya a darme sed por los caminos. Dice también que necesito buenos pantalones porque se me pelan los muslos y voy a sufrir. Le pregunto si ella me va a buscar los pantalones y ya estamos en la puerta de la Maternidad Obrera. Me dice que sí y que le pregunte al papá de Hildys si cuando bajemos de la Ermita vamos a regresar caminando hasta Versalles, que le parece un tramo muy largo, que deberíamos ir por el Parque Watkins porque al menos así vemos los animales y luego atravesar el puentecito y cortar camino por la estación del tren de Hershey.
Digo que preguntaré a Hildys y ella dice que es importante o que quizá sería mejor que bajáramos por la Calle del Medio o por Río o por qué no, por la rivera del San Juan. Mi abuela dice que es importante que el domingo hagamos algo para aprender más de la ciudad. Que Matanzas pronto tendrá trescientos años y que los niños debemos saber su historia... ya estamos en la puerta de la casa y la tía Zoyla sale a la puerta y mira con reproche a mi abuela, porque estas no son horas para tenerme despierta, ni hablando sandeces sobre la ciudad, de un jalón ya estoy en mi cama y el único alivio es que el pijamita rosado de pollos amarillos no me pica nada...

Abro los ojos porque no me he ido. Porque puedo reconocer exactamente cada calle. Porque la sé una pretensiosa muchacha de provincia, como yo; porque me acompaña por el mundo. Y en esos, sus pedazos que me apuro a ver (a inventar) mochila al hombro, cuando surco aeropuertos y terminales con la urgencia de quien tuviera una muerte anunciada, sé que siempre me guiña su ojo de agua. Sé que sabe que la he buscado en las solitarias plazas venecianas y en medio de los campos Elíseos, en las madrugadas de Antigua y Tegucigalpa; en los mediodías plenos de Ciudad México y Edimburgo. En los puentes de Dublín. Matanzas en Madrid. Matanzas en Manhattan.

Todas esas ciudades en las que ella no estuvo, pero adonde la llevé, doblada en mi pecho, en mi ropa interior (como hacía mi dulce abuela con su salario); vestida con mi saya roja y mi blusa blanca, escuchando este danzón de Arturo Márquez; sentada aquí, en el lejano 1981, cuando la felicidad viajaba en mí, de sábado en sábado...

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